Cuando llegas a un centro de jardinería es difícil no sucumbir ante una exposición de arbustos en plena floración, pero hay que tener buen ojo para comprar en el momento oportuno y distinguir entre una buena planta y otra belleza de aspecto engañoso.
Al examinar la planta no hay que dejarse seducir por la altura del arbusto, sino por su estructura. Una buena planta es homogénea, tiene el corazón aireado y el ramaje equilibrado y ramificado.
Se deben observar los vástagos principales y no tener en cuenta las ramillas, que una ramita esté rota no tiene por qué ser grave si la planta sigue siendo equilibrada. Bastará con cortarla.
También será necesario observar el follaje y el envés y la corteza, para detectar posibles enfermedades o la presencia de parásitos. Ni que decir tiene que no nos interesa trasladar estos intrusos a nuestro jardín.
Además los signos que nos indican un mal mantenimiento serían una planta que se sale del tiesto, musgo en la tierra.
Si se puede sacar la planta del tiesto habrá que observar que las raíces deben ser numerosas y bien repartidas por la periferia del cepellón. Si las raíces dan varias vueltas alrededor del tiesto hay que desecharla y, a la inversa, significa que no está bien arraigada. Unas raíces blancas y numerosas son signo de calidad.
Las plantas de vivero criadas en el exterior, directamente en el suelo o en contenedores expuestos a las variaciones climáticas estacionales, son a veces menos bonitas de aspecto que las cultivadas bajo abrigo pero están más robustas y poseen la ventaja de poder ser plantadas directamente en nuestro jardín.